Por Hernán Andrés Kruse.-

Hace unos días Gildo Insfrán fue reelecto por octava vez consecutiva gobernador de la provincia de Formosa. Y lejos estuvo de obtener una victoria ajustada. Pese a su larga permanencia en el poder la palabra “desgaste” no figura en su vocabulario político. El mensaje de las urnas fue contundente: el 70% del electorado lo votó. Así de simple. Así de contundente. Luego de confirmado el aplastante resultado las redes sociales se inundaron de filosos comentarios sobre la decisión del pueblo formoseño de legitimar una monarquía encubierta. Para millones de argentinos opositores al gobierno nacional la victoria de Insfrán no hizo más que confirmar la escasa educación cívica de los formoseños, su dependencia del aparato estatal, su temor a todo tipo de represalias si el voto emitido no era el adecuado. Para millones de argentinos defensores del gobierno nacional el apoyo a Insfrán puso en evidencia el agradecimiento de los formoseños a un gobernador que los cuida, los protege, vela por sus derechos.

Emerge en toda su magnitud un tema muy interesante para abordar: las razones del voto. ¿Por qué el pueblo vota como lo hace? El tema es harto delicado porque su análisis ayuda a comprender, en el caso de Argentina, lo que ha acontecido a nivel electoral desde las elecciones presidenciales del 30 de octubre de 1983 a la fecha. Su análisis ayuda a comprender las razones que llevaron a los argentinos a elegir a Alfonsín, a Menem en dos oportunidades, a De la Rúa, a Kirchner, a Cristina en dos oportunidades, a Macri y a Alberto. El tema es harto delicado porque ayuda a la comprensión de por qué estamos como estamos, del por qué de nuestra decadencia.

Reitero la pregunta: ¿Por qué votamos como lo hacemos? Buceando en Google encontré un muy interesante ensayo de Andrés Valdez Zepeda y Delia Amparo Huerta Grande titulado “¿Qué mueve a los votantes? Un análisis de las razones y sinrazones del comportamiento político del elector” (Razón y Palabra, núm. 75, febrero-abril 2011, Universidad de los Hemisferios, Quito, Ecuador). Los autores describen las principales teorías que intentan explicar el comportamiento y la motivación de los votantes. Por razones de espacio haré mención de un puñado de ellas.

“La teoría racional del voto, también conocida como el voto correcto, sostiene que las campañas electorales funcionan como agentes de información, en la que el ciudadano decide de manera libre, individual y racional, la orientación de su voto, de acuerdo a los intereses que están en juego en la elección, a la información que recogen los ciudadanos de las campañas y al cálculo que hacen sobre beneficios, ventajas y desventajas que obtendrían con la orientación de su voto. Esta teoría, que algunos llaman también la teoría económica del voto, apunta que las utilidades esperadas por los votantes de los resultantes de su acción política generan preferencias sobre los diversos cursos de acción. En consecuencia, los electores prefieren los candidatos y partidos que le generan una real o perceptivamente mayor utilidad. El ciudadano reconoce su propio beneficio, evalúa a todos los candidatos y partidos, según sus intereses personales y vota por el que mejor valora (…) En suma, la teoría racional sostiene que el voto es un acto racional, que los electores votan de acuerdo a las propuestas y plataformas programáticas que impulsan los candidatos y sus partidos y que finalmente gana la elección, quien ofreció al votante el mejor programa de gobierno (…)”.

Esta teoría parte del supuesto de que el votante es una persona que privilegia el aspecto racional sobre el aspecto emocional, que privilegia a su cerebro y no a su corazón. El votante racional analiza cuidosamente las ofertas electorales y luego de una concienzuda comparación, decide votar al candidato del partido B porque su programa económico se adecua a la perfección con sus intereses. Un ejemplo es el votante que decide apoyar a Javier Milei por su propuesta de dolarización. Luego de analizar y comparar las propuestas económicas de Larreta, Bullrich Massa, se convence de que el plan dolarizador del libertario es el que mejor garantiza su nivel de vida. Es probable que sienta una mayor simpatía por Bullrich, por ejemplo, pero prefiere a Milei porque le conviene desde el punto de vista económico.

“El voto cultural es, de cierta manera, un voto inercial o de costumbre, que se forma en una perspectiva de mediano o largo plazo, ya sea con la participación del elector en pasados comicios, formándose una continuidad histórica favorable a un determinado partido o formación partidista. Es decir, al ser el hombre un “animal de hábitos”, se va formando una costumbre o predisposición política a través de los años, de tal forma que si su primer voto fue a favor de una determinada opción político-partidista, en sucesivas elecciones, se verá motivado a seguir apoyando a los candidatos de ese mismo partido. Este tipo de voto, también, se le ha llamada voto duro, como se apuntó en el apartado anterior. Este tipo de voto se denomina inercial porque el elector tiende a votar por inercia, de acuerdo a la forma como tradicionalmente ha votado en el pasado (…)”.

Este tipo de voto se da en todo tipo de democracias, desde las más desarrolladas a las más endebles. Un caso paradigmático de voto cultural es el estadounidense. En efecto, desde hace más de dos siglos que los ciudadanos de la república imperial votan o bien al partido demócrata o bien al partido republicano. La sociedad estadounidense sólo concibe la competencia entre demócratas y republicamos, al margen de la calidad intelectual y moral de los ocasionales candidatos a la presidencia. Para ella el partido es mucho más importante que el candidato a presidente, por más carismático que éste sea. En la Argentina un ejemplo paradigmático de voto cultural ha sido, hasta la crisis institucional de 2001, el voto radical. Otro ejemplo paradigmático ha sido-y sigue siéndolo-el voto peronista. Quizá el voto peronista sea un ejemplo más contundente de voto cultural que el voto radical.

“Actualmente, en las democracias emergentes se vive una fuerte tendencia hacia la personalización de la política, en la que el electorado decide votar tomando en consideración quién es el candidato que se postula, más que el partido o la plataforma electoral que se propone. Es decir, la imagen, carisma, arraigo, liderazgo, historia personal y las competencias de los candidatos que son postulados para un cargo de elección popular son factores determinantes para definir el resultado de una elección (…). El planteamiento estratégico para movilizar este tipo de voto consiste en postular candidatos carismáticos, que entretengan y “caigan bien” a los electores, sean simpáticos, atractivos y, sobre todo, tengan una excelente imagen e historial de liderazgo y logros, arraigo e identidad con sus electores, amen de ser poco o nada vulnerables a los ataques de los adversarios y que sean competentes para gestionar el afecto y la simpatía de los votantes. Es decir, si la personalización de la política es clave en los resultados electorales lo indicado es postular candidatos que aseguren una alta rentabilidad electoral”.

La Argentina ha dado-y continuará dándolos-ejemplos paradigmáticos de personalización de la política. El más notable es el de Juan Domingo Perón. Su carisma inigualable le permitió hegemonizar la política argentina entre 1946 y 1974. El voto personalizado está íntimamente asociado con la emoción. Para el peronista el voto a Perón siempre fue una cuestión de fe, de lealtad, de fidelidad. Jamás se le hubiera ocurrido votar a otro candidato. De haberlo hecho nunca se lo hubiera perdonado (menos su familia y círculo de amistades). Otro ejemplo de voto personalizado es el de los jóvenes dispuestos a votar a Javier Milei. Si bien se trata de un voto al que haremos referencia más abajo (el voto de ira), muchos jóvenes se sienten atraídos por la personalidad del libertario, su manera de hablar y de actuar en los sets de televisión y, fundamentalmente, por su mensaje (la anticasta).

“El voto de ira es aquel que se genera motivado por el hartazgo, el descontento, la inconformidad, el malestar y la irritación social en contra de algunos de los partidos contendientes o sus candidatos y/o sus plataformas político- ideológicas. Es el voto de protesta, también llamado voto negativo. Michael Gant y Dwight Davis (1984) definen el sufragio negativo cuando un elector decide la orientación de su voto motivado no por la simpatía hacia alguien o algo (candidato, partido o plataforma electoral) sino por su antipatía. Es en este sentido, es un voto “en contra” y no “por.” Estos autores apuntan que, muchas veces, es más fácil que los ciudadanos se movilicen más, en términos electorales, en contra de que a favor de”.

Según lo hacen constar los estudios de opinión pública conocidos Javier Milei es la figura política elegida por muchos ciudadanos para exteriorizar su ira, su bronca, su frustración. Consciente de ese estado de ánimo Milei lanzó al ruedo su mensaje contrario a la casta política. Es un voto irracional y sumamente peligroso ya que puede significar un salto al vacío de impredecibles consecuencias.

“El voto por consigna conocido también como voto corporativo, en la que las elites o los líderes de las corporaciones, sindicatos u organizaciones sociales y políticas juegan un papel muy importante en determinar la participación política de los ciudadanos agremiados y la orientación de su voto. Esta teoría parte del hecho de que muchos de los ciudadanos participan en diferentes organizaciones sociales, instituciones o corporaciones, quienes reciben la consigna de parte de los líderes de esas corporaciones sobre a qué candidato o partido apoyar y cómo se debe votar. De esta manera, son los líderes sociales, comunitarios, de opinión o de corporación los que inciden en la determinación del voto de los ciudadanos. A estos ciudadanos, muchas veces, no les importa, por ejemplo, por quién votar, pero sí quiere complacer, “quedar bien,” evitar alguna sanción o posible represalia por parte de sus dirigentes organizacionales o autoridades superiores, votando de acuerdo con la consigna que estos líderes les han emitido (…)”.

En la Argentina, país corporativo por excelencia, hay numerosos ejemplos de este tipo de voto. Un ejemplo paradigmático es el voto de la clase obrera. Es muy difícil que un obrero deje de votar al candidato bendecido por la jefatura del sindicato al que pertenece. Para dar un ejemplo contundente: es prácticamente imposible que un afiliado al gremio de camioneros no vote al candidato bendecido por Pablo Moyano.

“El voto del miedo es el acto de sufragar por parte del elector, compelido o motivado por una serie de temores, amenazas, intimidaciones e incertidumbres sobre el presente y el futuro de una determinada colectividad. Este tipo de voto, se genera por inducción, principalmente por los partidos y candidatos que buscan ganar o conservar una posición de poder político, creando a través de diferentes estrategias de comunicación política, una seria de dudas sobre posibles escenarios futuros adversos y dañinos para la sociedad en el caso de que sus opositores ganen las elecciones. Las campañas centradas en este tipo de estrategias, buscan principalmente generar temor, cuestionar certezas, generar sospecha y producir dudas respecto de los adversarios. El crear miedo es una estrategia añeja de los políticos, la cual, hoy día, es utilizada por diferentes partidos y candidatos durante los procesos electorales, debido a la vulnerabilidad emocional del ser humano y a los efectos que el miedo genera en su conducta”.

El voto del miedo ha estado presente desde siempre en la Argentina. En estos momentos Sergio Massa, Agustín Rossi y Alberto Fernández se están valiendo del miedo para lograr que la fórmula de Unión por la Patria resulte la más votada en los comicios venideros. El mensaje es el siguiente: “votar a Juntos por el Cambio es votar por el hambre, el ajuste y la represión”. Para confirmar esta afirmación los medios de comunicación afines al oficialismo no se cansan de pasar por televisión los graves hechos acaecidos recientemente en Jujuy, gobernado por quien secunda a Larreta en una de las boletas de Juntos por el Cambio.

“Este tipo de sufragio (el ideológico), se genera a partir del adoctrinamiento y simpatía ideológica del elector con el partido o el candidato que representa una determinada ideología política. Es decir, la motivación del elector se forma a través del adoctrinamiento y la exposición permanente a una determinada ideología, la cual adopta y sigue el votante. De esta forma, el elector no necesariamente vota por el candidato o partido, sino por la ideología que este representa y el proyecto de nación que postula. Si un elector se considera de izquierda tenderá, en consecuencia, para ser y sentirse congruente consigo mismo, a votar por un partido y sus candidatos que sean o se proclamen de izquierda. Contrariamente, si el elector se identifica con una ideología más conservadora, tenderá a votar por los candidatos y partidos de derecha o más conservadores. El elector manifiesta con su voto una identificación con una determinada ideología, la cual él hace suya. El voto ideológico es aquel apegado a principios, creencias, valores, paradigmas, identidades sociales e ideologías políticas”.

En Argentina el voto ideológico se vincula con partidos minoritarios, incapaces de ganar una elección. El votante del Partido Comunista y del Partido Obrero emite un voto ideológico. Vota por la ideología del partido, no por la figura del candidato. Lo mismo cabe decir respeto al votante de la Unión del Centro Democrático de Álvaro Alsogaray. Vota por la ideología liberal, no por la figura del candidato. Respecto a Javier Milei, si bien es un claro ejemplo de candidato ideológico, su votante no está imbuido de la ideología libertaria sino que, como lo expresé más arriba, lo utiliza para exteriorizar su bronca y frustración.

Como puede observarse el tema de las razones del voto es complejo. Cada votante es un mundo aparte. En algunos priman las razones emocionales, en otros, las razones ideológicas o pragmáticas. En algunos prima la fidelidad al partido o a la tradición familiar. En otros, la adoración por su líder. En otros, el miedo. Creo también que son millones quienes ingresan al cuarto oscuro porque no tienen más remedio. Estoy seguro que si el voto fuera optativo en las elecciones presidenciales que se avecinan votaría no más el 30% del electorado. Si bien hay bronca, me parece que lo que impera hoy en día es la apatía, el desgano, el desinterés. Creo que el pueblo está resignado y cuando ello acontece el poder se mueve a sus anchas.

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