Por Hernán Andrés Kruse.-

En su libro “Leviatán”, Thomas Hobbes escribe lo siguiente: “Por eso mismo sitúo en primer lugar, como inclinación general de toda la humanidad, un deseo perpetuo e insaciable de poder tras poder, que sólo cesa con la muerte. Y la causa de ello no es siempre esperar un goce más intenso que el ya obtenido, ni tampoco ser incapaz de contentarse con un poder moderado. En realidad, el hombre no puede asegurarse el poder y los medios para vivir bien que actualmente tiene sin la adquisición de más”

La historia universal ha demostrado la validez de semejante afirmación. El deseo perpetuo e insaciable de poder ha sido, sigue siendo y será por siempre, la fuerza interior de todos los gobernantes, tanto democráticos como autocráticos. En el ámbito de las relaciones internacionales el poder es la fuerza que las dinamiza. Los vínculos entre los estados se apoyan en el poder, en esa energía ígnea que dinamiza el sistema internacional. Lo que está aconteciendo en estos momentos en la castigada Venezuela es un ejemplo más de la razón que le asistió a Hobbes. Lo que está en juego es nada más y nada menos que una lucha descarnada entre varios actores internacionales por el control del país, que, como todos sabemos, contiene una de las reservas de petróleo más importantes del planeta. Pero, además, hay una sórdida disputa ideológica entre Estados Unidos y la Unión Europea, por un lado, y Rusia, China e Irán, por el otro, o, si se prefiere, entre Occidente y Oriente. En esta disputa se inscribe el duelo entre Nicolás Maduro y Javier Milei. El presidente venezolano está apoyado por Cuba, en primer lugar, y luego por los países orientales mencionados. Milei, por el otro, tiene el respaldo de las democracias liberales, con Estados Unidos a la cabeza.

No se conciben las relaciones internacionales sin la presencia omnímoda e inquietante del poder. Buceando en Google me encontré con un ensayo de Nicolás Creus (Universidad Nacional de Rosario) titulado “El concepto de poder en las relaciones internacionales y la necesidad de incorporar nuevos enfoques” (Instituto de Estudios Internacionales-Universidad de Chile-2013), en el que expone las teorías que se elaboraron, a partir de Morgenthau y Aron, sobre el poder y las relaciones internacionales. Escribió el autor:

Los análisis del poder en la perspectiva realista

“El concepto de poder adquiere una enorme centralidad en los análisis del realismo y constituye el principal determinante para entender y explicar la dinámica internacional desde esta perspectiva. A pesar de esta generalidad, es preciso aclarar que existen diferentes formas de abordar el concepto al interior del realismo, que se relacionan con sus distintas vertientes -realismo clásico, neorrealismo, realismo defensivo y ofensivo, y realismo neoclásico-.

Es posible identificar concepciones más sofisticadas como la de Raymond Aron, quien reflexiona sobre las relaciones internacionales contemplando una perspectiva sociológica, ausente en el resto de los autores realistas. Este autor no se queda solo con las definiciones del poder centradas en la posesión de recursos, sino que lo aborda como un fenómeno mucho más complejo, destacando su carácter relacional. Según Aron, «el poder de una persona o de una colectividad no puede ser medido rigurosamente, debido a la variedad de objetivos de su comportamiento y de los medios que utiliza». A su entender, «en el campo de las relaciones internacionales, el poder es la capacidad que tiene una unidad política de imponer su voluntad a las demás. En pocas palabras, el poder político no es un valor absoluto sino más bien una relación entre hombres». Esta definición conduce a Aron a distinguir entre «los recursos o la fuerza militar de la colectividad, que pueden ser evaluados colectivamente y el poder propiamente dicho, que en cuanto relación humana no depende solo de capacidades materiales e instrumentos.»

Por su parte, Hans Morgenthau -considerado uno de los padres del realismo clásico-, en su obra Política entre las Naciones, también reconoce el carácter relacional del poder, entendiéndolo más bien como un efecto y no solo en términos posesivos. Influenciado por los trabajos de Weber, Morgenthau define el poder como «el control del hombre sobre las mentes y acciones de otros hombres» a lo cual agrega: «el poder político consiste en una relación entre los que lo ejercen y aquellos sobre los cuales es ejercido». Sin embargo, estas definiciones más complejas y sofisticadas en su esencia, no fueron profundizadas y se desdibujaron luego, producto del énfasis que este autor colocó sobre la posesión de recursos al inventariar los elementos del poder nacional -en un esfuerzo por cuantificar y hacer observable en términos positivistas esta importante variable. Si bien su enfoque atribuye cierta primacía a los factores materiales, y entre estos fundamentalmente a la capacidad militar y económica, también procura contemplar y dar cabida a otros aspectos importantes.

Cuando procede a inventariar los elementos del poder nacional, Morgenthau contempla factores materiales e inmateriales, destacando entre estos últimos la índole nacional, la moral nacional, la calidad de la diplomacia, la calidad del gobierno, la opinión pública. A su vez, el autor distingue a la calidad de la diplomacia como el más importante de todos los factores que entran en la formación del poder de una nación, aunque reconoce que es de naturaleza inestable. El resto de los factores constituye la materia prima con la cual es confeccionado el poder de la nación.

Por su parte, Aron también realiza consideraciones sumamente importantes sobre los elementos de poder que van más allá de lo meramente material. Según este autor el poder no es susceptible de una medición exacta y en tal sentido propone tomar en consideración tres elementos, a saber, el espacio/escenario de acción, los recursos materiales y el conocimiento que permite transformarlos y por último, la capacidad de acción colectiva. Resulta evidente que en el pensamiento de Aron e incluso del propio Morgenthau, la naturaleza de la realidad investigada, es decir la ontología del poder, se presenta sumamente compleja y difusa, por lo cual requiere un abordaje igualmente sofisticado. El intento de combinar elementos cualitativos y cuantitativos para mejorar su comprensión generó dificultades a la hora de la observación y medición del poder.

Una concepción más rudimentaria y simplista se impuso con la fuerza del pensamiento neorrealista -parte medular del mainstream disciplinar-, que surgió de la mano de Kenneth Waltz, con su obra Teoría de la Política Internacional. Waltz se propuso sistematizar los aportes del realismo y fortalecerlo a partir de la elaboración de una teoría de la política internacional rigurosa y con carácter científico -a su entender ausente hasta el momento-. Tal como advierte Sodupe, la definición que brinda Waltz de teoría como explicación de regularidades, encaja plenamente con la de las ciencias naturales. En línea con el positivismo que impregna su producción, Waltz reconoce que los objetos de estudio de las ciencias naturales y las ciencias sociales son diferentes, pero sostiene la unidad del método. La posición epistemológica es clara y marcada en este autor, lo que influye de manera considerable en su concepción del poder.

Las concepciones más sofisticadas presentes en Morgenthau y en Aron fueron marginadas. Waltz -de acuerdo con su forma de entender las funciones de la teoría-, buscó simplificar y abandonó los desarrollos que centraban la atención en los aspectos cualitativos y dificultaban, entre otras cosas, la cuantificación, la medición y consecuentemente su observación. De este modo, Waltz rescató del realismo clásico el énfasis en lo material, en lo concreto. Sobre estas bases definió el poder estrictamente en términos de la posesión por parte de agentes individuales -los Estados- de recursos materiales -militares y económicos-.

El análisis de Waltz es eminentemente cuantitativo, se abstrae de todo, salvo de las capacidades de los actores -entendidas en el sentido enunciado anteriormente-, en tal sentido, «lo que emerge es un cuadro posicional, una descripción general de la disposición de una sociedad trazado en términos de la ubicación de las unidades y no en términos de sus cualidades». La noción relacional del poder está completamente ausente en el pensamiento de este autor, ya que se centra en las capacidades materiales de manera más excluyente aún que el realismo clásico. Claramente, la hegemonía positivista en términos epistemológicos, muy fuerte en la disciplina de las relaciones internacionales en ese entonces, condicionó de manera estricta las elecciones ontológicas hacia el materialismo y el individualismo.

Más allá de las diferencias apuntadas, tal como advierte Schmidt, existe cierto grado de consenso entre los realistas de las diferentes vertientes en torno a cómo definir el poder. Si bien autores como Morgenthau y Aron procuraron reflejar una visión del poder tanto en términos relacionales como en términos de la posesión de recursos, lo cierto es que la mayoría de los realistas adoptan esta última, concentrándose en los recursos materiales. De este modo, en términos generales, para los realistas el poder es algo que se posee, se puede acumular y es perfectamente medible y cuantificable mediante la utilización de diferentes indicadores, que pueden agregarse en un único indicador de poder.

La definición del poder resultante se muestra concisa, pero al mismo tiempo elemental y reduccionista. Tal como destacan Sterling Folker y Shinko, según como lo entienden los realistas, el poder opera en la superficie. En muchas ocasiones, la concepción dominante adoptada por el mainstream disciplinar resulta de escaso valor analítico y limita la comprensión de la política internacional contemporánea”.

Los cuestionamientos a la concepción del poder en términos de recursos

“Como se mencionó en el apartado anterior, definir el poder como sinónimo de la posesión de recursos permite presentarlo como algo concreto, observable y medible, lo cual facilita los cálculos de quienes formulan la política exterior, en tanto que se establece una relación directa y lineal entre los recursos que un Estado posee y la posibilidad de lograr resultados deseados. Sin embargo, este abordaje representa una simplificación excesiva de la naturaleza del concepto y por tanto de la realidad internacional.

Es posible encontrar situaciones en que Estados con vastos recursos no logran alcanzar con éxito sus objetivos. Esta paradoja puede explicarse por diferentes causas, tales como la dificultad para convertir el poder potencial (recursos) en poder real y la pérdida de fungibilidad, que impide pensar el poder con un rol análogo al rol del dinero en la economía. Estas cuestiones son subestimadas cuando los análisis del poder se circunscriben de manera exclusiva a los recursos que se poseen, sin referencia a los factores y variables que intervienen en su movilización y utilización. De este modo, es preciso complementar este enfoque con un abordaje relacional del concepto, tal como lo destacaron Morgenthau y Aron entre otros.

En su obra Poder e Interdependencia, Keohane y Nye reconocen que la naturaleza del poder en las relaciones internacionales se ha vuelto más compleja, producto de los avances tecnológicos y la aparición de nuevos tipos de poder en un contexto de creciente interdependencia y globalización. Según los autores, «dado que la fuerza militar es ineficaz frente a ciertos problemas, la noción convencional de poder carece de precisión. Por lo tanto, pueden llegar a ser necesarios distintos conceptos de poder para enfrentar problemas diversos».

En la política mundial existen diferentes áreas de cuestiones en las cuales los países no se encuentran posicionados de la misma manera y es posible que aparezcan distintos liderazgos, producto de que un actor sea débil en un área pero fuerte en otra. La fuerza militar puede no ser útil y eficaz para solucionar una cuestión económica o ecológica. Esto se vincula también al carácter multidimensional del concepto, lo cual hace posible que el poder aumente en una dimensión al tiempo que decae en otra (Baldwin). Esta característica es subestimada desde la perspectiva realista.

Por estas razones, desde el enfoque de la interdependencia es de vital importancia contextualizar los usos del poder y pensarlo en los espacios específicos en que se pretende ejercer, y habrá situaciones y cuestiones en que los recursos de poder disponibles serán más efectivos que en otras. En función de estas apreciaciones, Keohane y Nye identifican dos dimensiones centrales para optimizar los análisis del poder en un contexto interdependiente, la sensibilidad y la vulnerabilidad. Estas categorías permiten evaluar los diferentes grados de interdependencia y colocar en una medida más justa su impacto sobre las relaciones de poder.

La sensibilidad implica los grados de respuesta que tiene un actor frente al impacto de situaciones externas que pueden afectarlo, mientras que la vulnerabilidad tiene que ver con la disponibilidad relativa y los costos de las alternativas que los actores deben encarar. De este modo, claramente la sensibilidad será menos importante que la vulnerabilidad para proporcionar recursos de poder a los actores, ya que si un Estado puede modificar sus políticas y encontrar alternativas a un bajo costo (baja vulnerabilidad), la sensibilidad de un actor nos dice muy poco sobre su poder (Keohane y Nye).

De este modo, resulta evidente la imposibilidad de determinar si un actor tiene poder solo en función de los recursos que posee, es preciso definir «poder para qué». Se debe especificar quienes están involucrados en una relación de poder, así como también qué áreas de cuestiones son consideradas (Nye). Este tipo de análisis permite a un Estado evaluar qué tipos de recursos resultan de mayor utilidad y cuál es la mejor forma de utilizarlos para ejercer poder en un contexto determinado. De acuerdo con todo lo desarrollado, no es posible ignorar el carácter relacional del poder. Un análisis concentrado solo en la posesión de recursos resulta insuficiente, es preciso contemplar los diferentes aspectos que mediatizan su utilización y su traducción efectiva o no en poder real”.

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