Por Hernán Andrés Kruse.-

Las dimensiones del poder

“El reconocimiento del poder como un concepto relacional conduce a la necesidad de distinguir las diferentes dimensiones en las cuales opera el poder. En el campo de la ciencia política es posible distinguir tres dimensiones del poder perfectamente aplicables a las relaciones internacionales. La primera de ellas, desarrollada por Dahl, hace referencia a la capacidad de comandar cambios mediante un ejercicio directo del poder por un actor sobre otro. La segunda, advertida por Bachrach y Baratz, alude a controlar agendas y así limitar las alternativas de otros actores: aquí el poder opera de manera más indirecta. Por último, la tercera dimensión, introducida por Lukes, se vincula a establecer y moldear preferencias: aquí el poder opera sin necesidad de que exista un conflicto de intereses, aunque existe un aparente consenso es un poder de tipo estructural.

Tal como se evidenció en los dos primeros apartados, los académicos de las relaciones internacionales comúnmente suelen concentrarse en la primera dimensión del poder, sin avanzar lo suficiente en las restantes, con todas las dificultades que esto implica. Las concepciones dominantes en la disciplina centran la atención en el poder que ejerce un actor individual sobre otro, de manera directa y explícita, en función de los recursos que posee. Esta forma de pensar el poder impide alcanzar una comprensión profunda del concepto.

El enfoque de la interdependencia realiza ajustes interesantes a las concepciones realistas del poder, reconociendo su naturaleza cambiante. Si bien su análisis permanece bastante ligado a la primera dimensión, al mismo tiempo abre las puertas para avanzar hacia la segunda, fundamentalmente como consecuencia del énfasis colocado en las instituciones y los regímenes internacionales. Desde la perspectiva institucionalista, las capacidades relativas de poder siguen siendo muy importantes -al igual que en el realismo-, sin embargo, al mismo tiempo se subraya la importancia de las instituciones como espacios aptos para canalizar la cooperación y mitigar los efectos de la anarquía.

Si bien la principal preocupación del institucionalismo radica justamente en explorar las posibilidades de cooperación entre los Estados, la cuestión del poder está presente. La cooperación no está exenta de relaciones de poder que la condicionan y le dan forma estas no deben ser ignoradas ni subestimadas. En tal sentido, es importante no caer en la simplificación de pensar que las instituciones anulan por completo las asimetrías de poder y determinan el comportamiento de los Estados tan solo por formar parte de ellas. No obstante, esto no implica caer en el otro extremo y negar que las instituciones puedan afectar y condicionar el comportamiento de los Estados. De este modo, desde la citada perspectiva, es posible concebir las instituciones como ámbitos que mediatizan los usos del poder y moldean su ejercicio. En consonancia, algunos teóricos como Nye (2004), identifican en las instituciones un recurso de poder.

Por su parte, Baldwin destaca que «el poder puede ser ejercido en la formación y el mantenimiento de instituciones, a través de estas, en y entre las mismas. Las instituciones pueden reflejar las relaciones de poder, constreñirlas o proveer las bases para su existencia». A diferencia del realismo, el institucionalismo sostiene que las instituciones pueden ser un ámbito útil y eficaz para ejercer poder, para limitar el poder de otros, o incluso para legitimar el propio. El rol de las instituciones siempre fue subestimado por los enfoques realistas -fundamentalmente desde el neorrealismo-, o en el mejor de los casos reducido y subordinado completamente a las capacidades de poder de los Estados participantes.

Así pues, un actor puede movilizar ideas y preferencias en el seno de las instituciones de modo tal que le sean favorables, limitando de esa forma las opciones de otros actores. Tal como señala Berenskoetter, el poder aquí y a diferencia de lo que ocurre en la primera dimensión, opera de una manera más sutil e indirecta, a partir de la habilidad de un actor para influenciar y controlar la agenda de una institución en contra de otro actor y a favor de sus intereses.

En línea similar, también es posible incorporar dentro esta dimensión los esfuerzos de los Estados por moldear la estructura de los mercados de un modo tal que los favorezca y mejore su posición relativa en estos, por ejemplo mediante la manipulación del acceso a ellos mediante tarifas, cuotas o licencias, entre otros instrumentos.

Otra conceptualización interesante que intenta avanzar más allá de la primera dimensión del poder propia de los abordajes tradicionales, es la concepción de poder blando acuñada y sistematizada por Nye (1990; 2004). El término hace referencia a la habilidad de un Estado para influir en el comportamiento de otros mediante la cooptación y la atracción, en lugar de recurrir a la coerción o a la implementación de pagos o compensaciones, que son acciones propias del poder duro. En cuanto al poder entendido como posesión de recursos, si bien la relación es imperfecta, el poder blando emana primariamente de recursos no materiales, tales como la cultura, los valores y las políticas internas y el estilo y la sustancia de la política exterior.

Nye alude a la capacidad de establecer una agenda determinada y atraer a otros como componente importante del poder blando -estaríamos en la segunda dimensión-, al mismo tiempo que advierte que «el poder blando descansa en la habilidad de formar las preferencias del otro». Es en este punto justamente donde Nye da un paso más allá en la conceptualización del poder y se acerca a la denominada tercera dimensión. Tal como se mencionó, la tercera dimensión del poder hace referencia a formar y moldear preferencias.

Para algunos autores como Lukes, la concepción del poder adoptada por Nye continúa centrándose demasiado en los agentes individuales y el uso por estos de un conjunto determinado de recursos, teniendo dificultades para dar cuenta de las fuerzas estructurales. Nye por su parte reconoce el énfasis que atribuye al agente, pero advierte que igualmente considera fuerzas estructurales aunque en su análisis no incluya todos los aspectos de la estructura. A su entender, «la segunda y la tercera dimensión del poder incorporan aspectos estructurales…pero también dejan espacio para focalizar en los agentes que realizan elecciones, aún constreñidos por fuerzas estructurales».

Más allá de estas sutilezas teóricas, Nye destaca la importancia de articular una concepción que permita dar cuenta de las diferentes dimensiones del poder, para tener una visión completa de la realidad internacional y las relaciones de poder que se generan. En coincidencia con este autor, se entiende que al incorporar la segunda y la tercera dimensiones -a menudo olvidadas e incluso subestimadas en los análisis de la política internacional-, es posible advertir entre otras cosas la importancia de las narrativas y los discursos, que forman preferencias y consecuentemente moldean el ambiente internacional. No obstante, en este punto es preciso ser cuidadosos y no perder de vista la relación entre estas dimensiones del poder, entendido en sentido relacional y la posesión de ciertos recursos que sirven como sustento. En tal sentido, es conveniente recordar que los diferentes actores en el plano internacional no se encuentran en las mismas condiciones, ni disponen de las mismas capacidades para establecer narrativas socialmente aceptadas.

Más allá de todos los aportes citados, resulta evidente que las teorías tradicionales de las relaciones internacionales encuentran dificultades para pensar y reflexionar sobre el poder en sus diferentes dimensiones y precisan el auxilio de otras perspectivas que complementen sus enfoques. Analizar la tercera dimensión del poder exige algo más que explicar las relaciones de poder, en tanto que exige entrar en el campo de la comprensión. Es en este terreno donde los abordajes tradicionales flaquean y requieren incorporar premisas de corte interpretativista para reforzar y optimizar sus análisis. En este sentido, resulta importante destacar el aporte del constructivismo -en sus diferentes formulaciones, que ha logrado considerable influencia en la disciplina, siendo útil y necesario reparar en algunos de sus principales aspectos”.

El aporte del constructivismo

“Desde el constructivismo se entiende la realidad como socialmente construida. Su irrupción en el campo de las relaciones internacionales plantea la necesidad y la importancia de proceder a un abordaje social de la política internacional, donde el comportamiento de los Estados no se explica por las capacidades de estos sino más bien por las creencias, las ideas y las identidades. En tal sentido, resulta evidente la recuperación de una perspectiva sociológica para el estudio de las relaciones internacionales. En lo que respecta al concepto de poder, Wendt señala que «el poder está constituido primariamente por ideas y contextos culturales, más que por fuerzas materiales brutas», pero no avanza más allá de esta afirmación.

En términos generales, se puede decir que el constructivismo abraza una ontología idealista y holista. Idealista a partir de que rescata y resalta el impacto de las ideas sobre las fuerzas materiales, y holista dado que asume que las estructuras tienen efectos constitutivos sobre las propiedades de los agentes, aunque estos últimos también afectan a la estructura. Cabe destacar que tal como advierte Sodupe.

Para el constructivismo, del mismo modo que las estructuras sociales son ontológicamente dependientes de y, por tanto, constituidas por las prácticas y formas de entender de los agentes, los poderes causales e intereses de estos agentes, a su vez, están generados y, por tanto, explicados por las estructuras. En definitiva, agentes y estructuras, aunque ontológicamente distintos, son entidades mutuamente constituidas. Cada una en cierto sentido afecta a la otra: están co-determinadas.

De este modo, las mencionadas elecciones ontológicas permiten al constructivismo proceder a un análisis más sofisticado del poder, capaz de abordarlo en su tercera dimensión. Es posible advertir que desde la perspectiva constructivista las capacidades de poder -materiales y no materiales- adquieren pleno significado solo en el marco de la comunicación intersubjetiva. El propio Wendt reconoce que si bien la distribución de poder puede afectar los cálculos de los Estados, la forma en la que lo haga depende de los entendimientos y expectativas intersubjetivas, de la distribución de conocimiento que constituye sus concepciones de sí mismo y del otro. Es preciso determinar cuál es la estructura social predominante en las diferentes relaciones de poder. Esto no significa que para el constructivismo los recursos no cuentan, sino sencillamente que estos por si solos no tienen la capacidad explicativa que pretenden los abordajes tradicionales. No obstante, cabe destacar que mientras en lo que respecta al eje estructura-agente Wendt opta por una vía intermedia en el que ninguno predomina sobre el otro, en lo que respecta al eje materialismo-idealismo, las ideas predominan.

El constructivismo no puede concebir el poder solo en términos de recursos, en tanto que desde su óptica, los agentes actúan hacia los objetos en función de los significados que les asignan. El poder es entonces el producto resultante de los significados compartidos en las relaciones sociales. En tal sentido, establecer significados o narrativas socialmente aceptadas constituye un claro ejercicio de poder, en tanto que condiciona la forma en la cual los agentes piensan y actúan, dicho de otra manera, moldea sus preferencias. En función de estas afirmaciones, Guzzini llama la atención sobre la importancia de proceder a un análisis constructivista del poder. Para este autor, es necesario cambiar el análisis conceptual y en lugar de insistir en preguntarse qué significa el poder, preguntarse qué implica el uso del concepto de poder, de este modo es posible observar cabalmente su importancia. Este giro permite, a partir del concepto de poder, establecer un vínculo entre la construcción de conocimiento y el orden social.

Para el autor, este vínculo puede verse con claridad cuando se ponen ciertas etiquetas, por ejemplo «cuando el FMI le coloca a un país la categoría de insolvente, dicho país es despojado de poder en sus relaciones sociales. Otros actores financieros cambiarán su comportamiento en consonancia». A este ejemplo pueden adicionarse muchos otros, uno muy similar, siguiendo en el plano de las finanzas internacionales, resulta sin dudas del rol que juegan las calificadoras de riesgo. En estos casos, nuevamente, al igual que cuando se hizo referencia a la construcción de narrativas socialmente aceptadas, es preciso recordar que no todos los actores tienen la misma efectividad a la hora de colocar etiquetas o establecer significados. De este modo, no debe perderse de vista la dimensión material que muchas veces respalda dichas construcciones. Más allá de esto, prestar atención a estas particularidades del poder permite a los diferentes actores percibir su dinámica real de funcionamiento y responder en consecuencia, contemplando alternativas que a priori parecían excluidas o inviables.

Guzzini entiende que «un análisis conceptual del poder en términos de su significado es parte de la construcción social del conocimiento, más aún, la definición/asignación de poder es en sí misma un ejercicio de poder». El poder no es otra cosa más que una construcción social. Como puede verse en este breve desarrollo, a diferencia de lo que ocurre desde otros enfoques, la tercera dimensión del poder está claramente incorporada en la perspectiva constructivista y adquiere una relevancia crucial para entender la política internacional. Tomar en consideración tales premisas, sin dudas resulta enriquecedor, esto independientemente de la perspectiva teórica que se adopte como predominante”.

(*) Nicolás Creus (Universidad Nacional de Rosario): “El concepto de poder en las relaciones internacionales y la necesidad de incorporar nuevos enfoques” (Instituto de Estudios Internacionales-Universidad de Chile-2013).

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