Por Italo Pallotti.-

En estos días que corren, en esta historia que se encamina hacia una sucesión de acontecimientos que por su trascendencia poco dejan para sentir orgullo, viene a la memoria la receta que la izquierda y los seguidores del kirchnerismo han tratado de imponer como dogma a las generaciones jóvenes. No hace mucho tiempo una bloguera escribía respecto de la situación en Cuba: “de tanto pasar hambre, nos hemos comido el miedo”. Tal rutilante modo de expresar el dolor, aunque trágico, debe aplaudirse. Porque atrás, los cubanos están intentando dejar los trasnochados planes de Fidel, Raúl, el Che y otros. Aunque sea utópico. Pesan sobre sus conciencias más de seis décadas de pesadumbre, cárceles, hambre, prostitución y destierro. Un partido único que sepultó ilusiones y vidas en la búsqueda de la nada; porque el relato de poco sirve cuando se debe elegir entre la vida o la muerte; el bienestar o el desarraigo, la dignidad o el oprobio. Cuando los jerarcas del régimen apelan a las frases hechas del populismo extremo y explícito, y la consecuente demagogia, la realidad los destruye a cada rato. Cuando ese mensaje chamuyero se fagocita a sus propios creadores y, más aún, a sus hermanos (“enemigos” para el caso). Y entonces un día ni la propia Rusia salvadora, ni la Venezuela vecina (que merece un capítulo aparte y muy severo), ni Irán pueden darles cobijo. Porque ahí el pueblo se hartará de tanta mendacidad y embuste y reaccionará para parir una Patria nueva, o en caso contrario un calvario, aún más funesto.

Una parte de nosotros ha podido conseguir su propia vergüenza. Vía el voto (y es lo más triste) encumbraron en el poder a personajes de escasa calidad política e institucional, no pocas veces (véase una sesión del Congreso). Se cansaron de aplaudir a regímenes como los apuntados (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia (de nuevo con sus revueltas) Irán, Corea del Norte, China). Todos ellos bajo el sello de progres y con una soberbia que dolió y resultó inaceptable. Con su prédica totalitaria sólo han conseguido obturar el ejercicio republicano, la libertad individual, el respeto entre pares, y su bienestar, el derecho a la propiedad privada, y tantas otras necesidades del hombre moderno. Con ellos todo se inclinó hacia la involución, al atraso, para finalmente quemarse en su propio nefasto fuego. El residual de una decadente dirigencia y sus adláteres todavía aplaude lo que pasa en esos humillados países. Se mofaron de sus DDHH. Se envuelven en un discurso patético, rancio y perverso sólo comparable con lo más retrógrado y servil del ser humano. No eran de otro mundo, los tuvimos entre nosotros y cobijados en un silencio que completa el cuadro de una insensata indolencia. El tiempo que corre parece que se sigue nutriendo de perdones para aquellos que condujeron el país de cualquier modo; menos, compatible con una nación seria. Hay una Justicia que parece adormecerse y los deja transitar por la vida, con el aditamento de fortunas y bienestar que soslayaron inescrupulosamente para el resto de sus seguidores y adversarios. Hay mientras tanto un cuerpo social victimado al extremo y que aún no sale del asombro de ver tanta ruindad moral.

Todo parece, todavía, estar en la penumbra de un civismo que no supo, no pudo o no quiso escapar de su influencia. Todo dio como resultado este pasticho que está en la médula cultural y cívica del argentino medio. No será fácil revertir esto sin una profunda rotura de grietas y camino hacia un cambio cultural profundo. Miles de interrogantes son necesarios plantearse para destruir la mala política. El verdugueo al que estuvimos  sometidos por esta ralea de impresentables (hoy fuera del poder) son de verdad impactantes. No se resignan. No se doblegan y aceptan que el pueblo les dio la espalda. Hoy el nuevo gobierno, sin que ello signifique una defensa, porque es bien sabido de los errores que se le pueden atribuir, debe estar muy atento. Actuar con sintonía fina. Sin miramientos. Sin enfrentamientos internos. Con fortaleza de principios, y no liviandades que solo traen preocupaciones. En cuando a nosotros (el pueblo) abramos los ojos, pues de lo contrario nuestros herederos nos repudiarán por el resto de nuestros días al haber sido tan ingenuos, idiotas, insensibles, o simplemente malos ciudadanos y perdonavidas frente a tanto corrupto que asoló estas pampas. De incapaces y mesiánicos estamos fastidiados; que aparezca uno simple, razonable. En síntesis: el mejor. Que así sea.

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