Por Luis Américo Illuminati.-

De la lejana Utopía a la cercana Distopía

Que la humanidad ha perdido la chaveta es algo que la humanidad misma lo festeja y toma como imposible una catástrofe global, ignorando olímpicamente las destrucciones que sufriera el planeta en ciclos y eras anteriores. Toma el Apocalipsis como un texto de ciencia ficción. Vemos a diario que la realidad supera a la ficción, en todas partes del mundo. La locura como un doctor le dicta su ley a la razón, es un lema general, el sinsentido y la sinrazón imperan como una pareja de reyes infernales.

Que estamos en tiempos escatológicos o apocalípticos para los clarividentes no hay ninguna duda; que es innegable la total consunción de la ética y la moral pública y privada; que cada vez son más las personas, suman millones, que no creen que exista una lucha cósmica y metafísica entre el bien y el mal es algo que aumenta y se consolida en las generaciones nacidas en el siglo XXI. Todo esto nos lleva a suponer que el futuro es distópico. Antes la utopía consistía en la firme creencia de que el progreso material iría paralelo y parejo con el progreso moral. De ahí que nos hemos tomado la libertad de pensar que al mundo le aguarda un futuro muy sombrío o, en otros términos, más crudos, que no hay futuro, sobre todo en la Argentina, un país extrañamente autodestructivo, obediente y sumiso de las naciones más poderosas de la Tierra. El mismo presidente virtual de la Argentina ha reiterado una vez más lo que ha dicho varias veces a lo largo de su malhadado gobierno: “Yo reconozco que en mi gobierno me ha pasado de todo. Solo falta que lleguen los marcianos, después ya me pasó de todo”.

https://youtu.be/MrEm2nn_9dQ

La Argentina finalmente no fue atacada por los marcianos, sino por una de las potencias mundiales que iniciaron la III Guerra Mundial ya que el gobierno argentino se había alineado con una de ellas, cediéndole todo el territorio, entonces el país quedó destruido, los individuos de la corporación del gobierno -son los mismos vacunados VIP de la cuarentena del coronavirus- fueron evacuados a Titán, una de las lunas de Saturno, dado que la tierra quedó contaminada. El resto de los argentinos quedó en tierra, tal como el Padre Leonardo Castellani (1899-1981) lo cuenta en el último capítulo de su libro -una profecía- «Su Majestad Dulcinea». Los argentinos que quedaron viviendo entre las ruinas -semizombis- no pueden recordar quiénes eran los individuos que habían gobernado el país.

«Desde la plaza Beijing hasta el arroyo Xi Jinping se extendía el inmenso campamento que los fugitivos de Buenos Aires en el primer momento habían denominado Villa Desesperación, que cubría chatamente una extensión enorme y embarullada: calles en todos los ángulos, y casitas chatas muy humildes de madera, zinc, cartones, barro, demolición, ladrillos, cemento, piedra, y hasta pedazos de mármoles traídos de la zona bombardeada, la región maldita [la Hiroshima argenta]. El Hospital de campaña llamado Hotel de Dios había sido construido con mármol fino y terminado con lo que cayó: la parte central estaba enchapada en ónix, un ala era de ladrillos colocados toscamente, con una punta de adobes, la otra ala de cemento con ladrillo picado y piedra. El Hotel de Dios fue lo primero que vio Edmundo al salir el sol -no se acostó, se sentó en un banco de madera a reflexionar, la cabeza le dolía terriblemente- era un símbolo de Villa Desesperación: vastísimo hospital, hospicio, asilo y refugio de enfermos, hambrientos y desamparados, en cuya construcción había intervenido la pobre gente que aún podía deambular…(…) La parte de hospital era vastísima (yo estuve en la sala 19), usted se imagina, estaba atestada de víctimas de la tremenda explosión nuclear, la radiactividad, los más graves exclusivamente, los otros casos menos graves eran atendidos afuera, en carpas improvisadas, porque no había lugar para todos. Edmundo creía haberlo visto todo, pero eso nunca se lo había imaginado. Escenas aterradoras. Cada momento se veía que llegaba más gente y por las sucias callejas se veían hombres cadavéricos, de cráneo pelado y cabezas caídas, mujeres momificadas o espantosamente hinchadas que pedían limosna…»

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