Por Carlos Tórtora.-

La caída sostenida y lenta de la imagen de Javier Milei es una de las señales de la realidad que más preocupan en la Casa Rosada. Hay, en efecto, una línea de coincidencias entre las distintas encuestadoras y da que la desaprobación del gobierno ya supera holgadamente el 50%. Lo que aparece como dato nuevo es la consolidación de un marcado pesimismo sobre la evolución de la realidad económica en los próximos meses.

Conjuntamente con todo esto, los analistas de medios captan un síndrome que sí es novedoso. Se trata del bajo interés público por la figura presidencial, por más que intente llamar la atención con declaraciones cada vez escandalosas, como por ejemplo «culo de mandril».

Así es que los últimos reportajes de Milei con Alejandro Fantino y Esteban Trebuq tuvieron bajísimo rating, lo que indica la indiferencia de la audiencia o bien su hastío de la pirotécnica retórica presidencial.

Esta cuestión viene a coincidir con el errático rumbo del gobierno, que responde con medidas intrascendentes a la crisis financiera.

En síntesis, queda en evidencia una especie de agotamiento de la imagen presidencial y la creencia colectiva de que no cabe esperar soluciones de parte del primer mandatario.

Sin oponentes

Hasta el momento, el gobierno no sabe cómo salir de su intrascendencia.

El próximo envío al Congreso de un paquete de proyectos sobre la reforma política se produciría en un clima social tenso y en el que no figura el interés por estas cuestiones.

Sin ir más lejos, el gobierno intenta posponer el tratamiento por el Senado de una nueva fórmula jubilatoria y, si pese a esto se sanciona la ley, Milei se enfrentaría con el grueso de la población vetando la misma.

La línea de acción preferida por el presidente, esto es, su perfilamiento como figura de la política internacional, contaría con escasa adhesión, porque la gente no consigue conectar en qué favorece esto al mejoramiento de la economía.

En definitiva, la gestión libertaria se enfrenta no sólo a la crisis financiera sino al fantasma de su descrédito político.

Por otra parte, al gobierno se le vuelve en contra la ausencia de un oponente político de peso y debe recurrir a la denuncia de supuestas conspiraciones en las que nadie cree.

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